¿Y las risas? ¿Y las caricias? Pero, ¿y el brillo en los ojos? Ahora ya no. Suena el despertador y rutinas y gruñidos. Ya no hay ni siquiera zumo de naranja recién hecho. Legañas y prisas. Y mala leche. No comparte con ella la ducha. Prefiere plancharse la camisa en un cuarto en penumbra a desayunar con ella. Ella ya no lo reclama en la mesa, ya no juega a mancharle con la mermelada. Es que hoy llueve, o es que hoy debe llegar antes a la oficina. Ya sabes, la gran ciudad hoy en día. Y los putos pelos de la ducha que la atascan cada dos por tres. ¿Por qué cojones le apaga la plancha?
Pero hoy todo cambiará. La otra chica le ha escrito: llevará una rosa roja para que la reconozca, a las ocho de la tarde, en aquel bar de la parte vieja con un póster de Al Pacino.
¿Y los mimos? ¿Y la mano que tocaba juguetona sus tetas? Pero ¿y las ganas de besarse al despertar? Ahora ya no. Suena el despertador y pereza y frío. Ya no hay ni siquiera tostadas recién hechas. Bostezos y silencios. Y mala leche. No comparte con él la ducha. Prefiere desayunar mirando la calle gris desde la ventana mientras él plancha. Él ya no la reclama en la mesa, ya no juega a llenarle la taza hasta el mismo borde. Es que hoy llueve, o es que debe llegar antes a la oficina. Ya sabes, los trabajos de hoy en día. Y el puto vaho en el espejo porque siempre se ducha cuando ella se maquilla. ¿Por qué cojones pone esa emisora de par de mañana?
Pero hoy todo cambiará. El otro chico le ha escrito: llevará una rosa roja para que lo reconozca, a las ocho de la tarde, en aquel bar de la parte vieja con un póster de Al Pacino