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El Leo dice.





No hay sitio para ti.
Podías haber sido como los demás, pero has preferido no dejar de luchar,
no ser un tornillo más de esta sociedad.
No hay sitio para ti.

MCD, "No hay sitio para ti".




Leo, el Leo, no dudaría ni un segundo en abrirte la cabeza con una jarra de cerveza de medio litro, de esas de cristal grueso que pesan un huevo. Una vez en el suelo seguro que te pateaba la cabeza hasta que algún buen samaritano te lo quitara de encima; con suerte. Son las cosillas del Leo, no es nada personal. El Leo bebe cervezas de medio litro entre tacita de café y tacita de café. Para controlarse, dice, que si no se pierde ¿sabes cómo te digo?, te suelta con el mejor acento cañí. Y sácate un purito de esos pequeños, jefe. Pero esta tarde el Leo está en paz con el mundo. De momento. El Leo vive en la otra punta de la ciudad pero le gusta este bar, el ambientillo, dice. Prefiero no saber el auténtico motivo por el que viene hasta aquí. El Leo es un soldado, no sabemos bien de qué ejército pero El Leo está en guerra. Con el mundo, en general. Hay mucho hijoputa por ahí, mucho puto mierda. Y se entrena y todo, hace kickboxing up with the fly, que debe ser la hostia. Flaco fideo y nariz torcida por mil sitios, escupe entre los dientes como quien recita un soneto de Shakespeare. El Leo también cuenta que el mejor entreno es la calle ¿sabes cómo te digo? Yo le digo que sí, que sí sé cómo me dice, haciéndome el duro, la calle, descarao. Ahora está más tranquilo, hace por lo menos un par de meses que no le mete a nadie. Es que ahora no quiere problemas, me dice. Que está la mama algo chunga de tanto disgusto y juzgado. Está haciéndose viejo, aclara, con sus treinta sin cumplir. Me comenta amablemente El Leo, Don Leo, que si alguna vez me levantan la bici por la zona, que se lo diga. Eso es toda una declaración de amor. En fin, que la vida sigue entre uppercuts, sanmigueles y síseñorías. Manojo de nervios y chándal, medalla de la Virgen al cuello. Te he visto besarla en secreto, Leo. Todos tenemos miedo en ocasiones, todos rezamos de alguna manera. Leo, con su infancia de más golpes que besos; inhalando sueños en bolsas de pegamento industrial para retrasar la hora de llegada a casa. Camiseta sin mangas, reformatorio fashion. Pero el Leo es un romántico de tomo y lomo, con ese instinto primitivo pero infalible que se mama en los barrios. Mientras nos echamos al coleto unos carajillos tiene tiempo de hablarme de sus chicas. A veces presume de nena, un monada de veinte años, más pintada que una puerta y rubia de bote. La Mari, o La Vane; princesas del DIA, reinas del Bershka. Es mejor que nadie las mire mucho rato. Las va cambiando ¿Sabes cómo te digo? No hay que pillarse. A veces la chavala es del este y entonces es la Irina. Le gustan las chicas del este, son más finas ¿me entiendes? Si me las presenta no sé si darles un beso -no me vaya a zumbar- o admirar su tatu de delfín en el vientre -no me vaya a zumbar también-. Un tatu guapo, guapo, eso sí. Las trata bien, eso parece. A ellas les gusta El Leo. Le ponen ojitos cuando les acaricia el pelo. Venga, tonta, no te pongas así. Y luego les sacude un beso rápido, como un latigazo. Bon vivant de Seat Ibiza. Después, sacan entradas para la sesión de DJ de esta noche en una disco de polígono que venden en el bar. Viene un menda que es la leche, me dice. Inglés y todo. Bum-ba, bum-ba, sin parar ya toda la noche; mueve la mano en el aire. Y brillo de anillos. Lo mismo te invita a la priva que se te barniza un plasma en el Carrefour. Antes de irse tiene el detalle de explicarme cómo tumbar a un tío de un solo golpe. Habéis leído bien, de un solo viaje. Lo mejor de su técnica es que no importa la altura del otro jambo. Yo le agradezco la masterclass de urgencia, uno nunca sabe cuándo va a necesitar esos sabios consejillos. La calle está muy malamente, te lo digo yo. Ah, y que no debo perder nunca, nunca, nunca de vista las manos del otro por si te saca un pincho. Pero no le metas en la nuez, que lo puedes matar, me advierte en voz baja, como si me hubiera dado el secreto de la piedra filosofal.  Un día les dio de hostias a tres tipos a la vez. Pin, pan... pin, pan... y pin, pan. Y punto. Me cae bien Don Leonardo o Don Leopoldo, algo habrían hecho, fijo... qué ¿que no? De momento, tú ándate al loro, sé cómo encontrarte y soy colega del Leo. El Leo y la Isa empiezan el sábado noche subiéndose al coche amarillo con dados colgando del retrovisor; salen quemando goma, tumbando aguja. Escucha, Leo -antes de perderte en las venas de la ciudad que se empiezan a iluminar con luz artificial-, no te olvides, vive, ama, apura esta puerca Vida. Y haznos un último favor a todos: esta noche, quema esta puta ciudad. Y déjala arder...

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