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La extraña belleza del rocanrol.

El autor de libro, buscando la paz interior.
Refrescante lectura para el verano si no eres un gañán del balompié o una tía llevosieteañosbuscandomicamino. Bueno, refrescante no es un buen adjetivo para este libro; es oscuro, ruidoso, sucio, cabrón y divertido. Si no te gusta el rocanrol puedes obviar este post, poner Telecinco o prepararte una ensaladita que es muy sana, y qué buena para el verano ¿ein?. Puedes comprarte un bestseller de mierda. Porque hablaré de un tipo de esos que ya no quedan. Me ventilo su libro de una sentada en la playa un sábado cualquiera, sólo hago un par de pausas para: a) apretarme unos martinis (uno rojo y otro blanco, en este orden, con dos aceitunas, por favor) y b) para jiñar (en el baño de un bareto, se entiende, no en el agua). Tan ricamente. Y lo mejor es que el autor del libro no es un músico sino un crítico de rock. Ahora se llaman rock critics; pues eso. Un crítico coherente de rocanrol: yonki irredento, poeta de esos que no saben que lo son, inconsciente, suicida (literalmente), frecuentador de zonas oscuras, un trozo vivo de historia tanto  musical como social (una lleva indefectiblemente a la otra) de este país desde finales de los setenta hasta mediados los ochenta. Quizás la época mas turbia pero genuina. Luego, un largo período en blanco, mejor no saber dónde ha estado el caballero. Auténtico periodismo gonzo ibérico, de DYC y gasolinera. El polvo del camino de Machado pero en la Nacional 2 yendo a un polideportivo en un Seat para hacer la crónica de un concierto.  A veces le pagan algún avión. Además de los rockeros coherentes como   éste, hay otros tipos de rockeros, desde luego, los pringaos aprendices de Keith Richards, como yo, que estudiamos una carrera, así nos va, luego ganas pasta y casi arruinas tu vida entre aviones y reuniones con majaderos incultos con Mercedes, y además somos más como de provincias y hacemos la compra los martes en el Caprabo también. No veo yo a David Bowie preguntándole a la dependienta mal teñida que  dónde queda el pasillo del papel de culo. A Dylan sí, mira. 



Pero qué importa... montas en tu bici molona, te pones tus gafas oscuras, tu mp3 con lo último de los Black Halos o lo primero de Silver Jews, tu camiseta preferida, te da el solete en el careto y te sientes de puta madre, oiga. Eso es lo que vale ¿no?. Ni Lou Reed con su lado salvaje, qué hostias. Nuestras chicas preparan oposiciones eternamente o hacen Pilates o se apuntan a cursillos de tai-chi y tal, y sus cuerpos se agallinan lenta pero inexorablemente. Habitualmente no van en limusina ¿verdad?. Por suerte, mi chica no es así, os jodéis, que quede claro ahí. A lo que iba, Oriol Llopis fue crítico en revistas musicales míticas como Ruta 66 o Rock Espezial, guionista en La 2 cuando era La Segunda o hasta el VHF, en programas como La Edad de Oro (nací una década tarde, sólo nos queda el youtube para ver algún programa, pero a cambio ahora hay porno gratis, variado y en cantidades industriales). Se me está poniendo con forma de joystick. Bueno, el autor te explica cómo funciona la redacción de una revista underground o  te cuenta sus correrías poco saludables con los bohemios barceloneses (casi todos acabaron criando malvas antes de los cuarenta). Deberíais visitar el cementerio de Montjuic, suites con vistas al mar, hermosos y jóvenes cadáveres. Esa Barcelona de los setenta tan llena de todo y tan olímpica después. Algún trapicheo en el Raval, benditas calles de Dios y el Diablo, donde todo el mundo encuentra su veneno preferido. Creo que en el fondo no eran todos más que niños inocentes cuando la heroína se paseaba amable y sonriente sobre los brazos de toda una generación. El libro se lee de un tirón, ya digo, y apesta a canciones, luces que se apagan en una sala oscura de rock, serrín empapado de cerveza y camisetas sudadas. Si no encuentas la belleza de esto, no seré yo quien te la intente explicar. 

Oriol Llopis, "La magnitud del desastre".
Editorial 66 RPM (2012).
Ya no hay bandas como las de antes, dice el Llopis, y creo que tiene razón. Por sus páginas desfilan Iggy Pop, Johnny Thunders o los Burning. Ahora que lo pienso tampoco es que figuren personalidades mucho mayores o muy numerosas, pero en fin, lo que importa es el ambientillo general. Los conoció de primera mano, se metió alguna cosilla con ellos en plan intravenoso y tal. El tío saca punta a las mismas vivencias que no parecen ser demasiadas, la verdad, pero lo mismo te cuenta cómo se cortó las venas en plena deseperación (no esperes un libro lleno de glamour californiano, ¡esto es Ejpaña, coño!) o su desternillante (aquí es correcto el adjetivo) estancia en una "clínica privada" o sus recuerdos de infancia tardofranquista, con detalles entre atroces y esperpénticos. Todo muy edificante. También cuenta la historia de cuando casi se curra con baldeo y todo con Ramoncín entre tirito y tirito farlopero, por escribir una crítica que puso a parir su "puta mierda de disco". No hace falte que aclare que se trata del mismo tipo de la SGAE.  La historia de una vida al límite, sin orden ni concierto cronológico, como debe ser. Si le caes bien, te regala sus vinilos preferidos, los que le han acompañado años. Amigo/enemigo de todos los rockeros del país. A veces debe algo a alguien, a veces te lo deben a ti. Cuando es un cabrón, lo reconoce. Cuando hace favores, no presume. Salda, de paso, una par de cuentas pendientes con sus personales fantasmas del pasado; supongo que todos tenemos algunos. Me hubiera gustado conocer, tampoco muy de cerca, a más tipos como éste y a menos gilipollas. Así, en general.

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