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Bruno bebe martinis en Terra Ignota.



Once you're gone, you can never come back /
Una vez que te has ido, ya no puedes volver atrás.
Neil Young "My my, hey hey"


Bruno ha cruzado tantas veces la frontera entre el éxtasis y la cordura que un día perdió la llave y ya no pudo volver a hacer pie en la orilla firme. Se quedó en el medio, en una terra ignota llena de canciones, genialidades y hermosura. Una tierra de nadie donde los milagros son posibles. Y las pesadillas, reales. No man's land entre la infancia y la sabiduría. Guapo, bien cuarentón, atlético, americana  negra, canas, facciones clásicas, voz profunda. Las mujeres le miran. Es lo que ellas llaman un tipo interesante. Uno de los mejores calificativos que te puede aplicar una mujer.  Bruno me dice que quiere montar un bar, se llamará Rosso  -con dos eses, las dibuja en el aire- y tendrá las paredes, el suelo y el techo pintados de rosa y con dibujos de la Pantera Rosa. Le hago ver que de esa manera no se distinguirán del fondo. Se queda pensando y pasados unos segundos me dice que, claro, pintada en otro tono de rosa para que se diferencie del resto. Luego lo vuelve a pensar y dice que serán del mismo tono, que estarán de incógnito para que nadie las vea. Y también habrá lenguas de los Rolling que como ya son rojas no hará falta darles ninguna otra tonalidad . Empezamos a hablar porque él llevaba una camiseta con la lengua. Motivo más que suficiente para convertirnos inmediatamente en amigos y empezar a celebrar tan dichoso capricho del azar en forma de encuentro. Eso y emborracharnos fue todo uno. Ahora Bruno y yo bebemos juntos a horas intempestivas, cuando nos encontramos, en éste o en aquel bar. Bebemos martinis Rosso, claro. Bruno no bebe conmigo si pido otra cosa. Pueden ser las cuatro de la tarde pero es que Bruno no se guía por el reloj. Dice que el tiempo es una invención absurda, soez. Medir el tiempo fue idea de algún cretino.  El reloj es la auténtica obra del Diablo. San Agustín también estaba obsesionado con el tiempo, como Bruno. De golpe se pone serio. Tan serio como cuando era ejecutivo y tenía que tomar decisiones importantes. Se atizaba las penas con merca blanca y Visa negra. Los pocos centímetros de un billete enrollado era la distancia entre la vulgaridad gris de la rutina y los colores divinos de la existencia. Un día consiguió definitivamente el desarreglo de los sentidos que predicaba Rimbaud y se despertó sin saber quién era. Nosce te ipsum, decían los clásicos. Pero en la clínica -me comentaba que se tiraba a dos enfermeras, y le creo-  le dijeron otra cosa, que los paraísos artificiales o la vida. Y en eso está, decidiéndose aún, aunque dice que ya no se mete. Claro. Tuvo a las chicas más guapas, hoy tiene las más horribles paranoias. Le educaron para tener todo de mayor pero nunca ha dejado de ser un niño. A veces creo que es un ángel extraño. Demasiado débil para hacerse el fuerte, demasiado fuerte como para no permitirse debilidades. En una de estas, va y pierde la llave de regreso a la sensatez como ya he dicho. Te habla con fundamento de filosofía medieval,de arte bizantino y de su par de años en Los Angeles y luego un pequeño detalle le lleva a la observación más pueril, al comentario más inane. Se ha escrito mucho sobre genialidad y locura. Bruno cualquier día aparecerá muerto en su casa bajo la alfombra del amanecer, con sus ojos azules abiertos buscando más allá, siempre más allá... Lo encontrará su hermana que es abogada y gasta melena larga y caoba de peluquería. Su hermana es preciosa y muy elegante pero no siempre contesta a sus llamadas. El olor de Bruno se mezclará con su Chanel. Pero sí, Bruno, te lo prometo, sonará Dead Flowers  a toda hostia en tu funeral mientras tus chicas te lloran entre el deseo muerto a traición, el alivio y el dolor más punzante que sus aburridos y vulgares maridos no sabrán curar jamás.



3 comentarios:

  1. Miguel: Sencillamente, gracias.
    He tardado en contestarte porque he estado en el Mediterráneo. He tomado el sol, he bebido y comido abundantemente. He paseado por la orilla de la playa, en el punto exacto en donde rompen suavemente las olas. He acariciado a una mujer; he dormido a pierna suelta. He compartido mis días con algún gato. He tocado la guitarra. Todo bien, quiero decir. Quizás eso sea la felicidad.

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