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El ángulo muerto del interior del taxi.



El ángulo muerto del interior del taxi. Justo detrás de los asientos adonde no llega la mirada del taxista. Quizás lo intuya, sobre todo si es veterano de la noche, pero nunca lo sabrá a ciencia cierta por más que eche fugaces miradas mal disimuladas por el retrovisor. También los hay discretos, la mayoría, que lo sospechan y prefieren no mirar. Así que me acerco con cualquier excusa y te abrazo contra la ventanilla después de dar la dirección de casa. Acaba lo bueno, empieza lo mejor. Vas a llegar mojada. El frío de la noche sigue en tu boca cuando empiezo a besarte y cierras los ojos. La avenida brilla en la noche. Los chicos se divierten en las calles, sueños y derrotas y sangre y ruido. De nuevo mi diablito preferido sobre el hombro susurrándome palabras sucias; pensé que me había abandonado cuando se terminó aquel Jack Daniels y se fue sin pagar. Apoyo mi mano entre tus piernas; te excita que estemos en un taxi. Noto el calor a través del pantalón. Dejo de besarte pero sigo acariciándote a través de la tela mientras saco un tema de conversación estúpido y te miro a los ojos. Aroma de vodka y saliva. Cojo tu mano y la apoyo despacio en la cremallera de mi pantalón. En aquella esquina había un cine cuando era crío, digo con indiferencia calculada disimulando ante el conductor. Tú no sabes qué contestar, sorprendida con la boca entreabierta y el alma expuesta. Me miras y con los ojos me pides que siga. Has entendido el juego. Caballos salvajes en las venas de la madrugada. Con mi mejor cara de póker sigo magreándote. Soy capaz de hablar del tiempo, de bajas presiones y anticiclones mientras te humedeces.  Intentas disimular, no estamos solos.  Cierras los ojos; ni siquiera muevo la muñeca. Es una simple caricia circular con la punta de mis dedos. Este momento no durará siempre, igual que el alba romperá de un momento a otro la noche oscura. Mechones de pelo caen por tu cara mientras se alternan las luces de los semáforos. Velocidad. Coches derrapando, gritos en las aceras. Rocío cálido en mis dedos. Llegamos. El taxista nos da las vueltas resignado. Hay hijoputas con suerte, piensa mientras sintoniza la COPE.

¡ Indignaos !




Dale a "full" y lo lees a pantalla completa.

Pues tiene que venir un abuelete de 93 años para sacudir las conciencias de todos nosotros. Ha escrito un pequeño libro (casi panfleto en el mejor sentido de la palabra) que ha vendido en Francia más de un millón de ejemplares. Creo que Francia es ya el único país en donde puede haber éxitos editoriales inteligentes (aquí, "El Código Da Vinci"). Así que este anciano, resistente contra los nazis, apela a lo único que puede hacer movernos y protestar contra lo que no nos gusta: LA INDIGNACIÓN. Lo mismo que llevó a tantos jóvenes a luchar contra el nazismo y a los pueblos libres a suscribir la Declaración Universal de los Derechos Humanos en 1948 (el autor fue miembro de la comisión redactora). Pues bien, el creador del opúsculo opina que hoy siguen vigentes aquellas injusticias contra las que luchó su generación, aunque tengan otro nombre: desigualdades de todo tipo, un estado social en entredicho, grandes corporaciones, brecha entre pobres y ricos,... y anima a las nuevas generaciones a dar un paso al frente, a buscar y no sólo esperar un mundo mejor. Sigue habiendo dos visiones de la historia, de estar en el mundo: una es la responsabilidad humana, otra es la carrera desesperada por competir con los demás. Se le ve cierto sesgo ideológico al hablar de Palestina, Gaza, etc... pero es una obra fumable en general. Un legado para el futuro de alguien que supo comprometerse para intentar hacer un mundo mejor.


A punto de salir en castellano.
" ! INDIGNAOS ! " , Stéphane Hessel
Bueno, idealistas, os lo podéis bajar en PDF de Internet, leerlo con un café en la mano y salir a hacer la revolución y tal. Yo me lo acabo de leer y, como buen agitador (de salón), voy a la cocina a ponerme un Bailey's fresquito, que acabo de poner un disco de blues. Que tengáis una feliz revolución. Yo me quedaré en casa hablando con la pared.

Me despierto por la mañana y subo una montaña.

Esta mañana, estando en la cama, tras ser amablemente informado por una voz en la radio de que unos grandes almacenes decían que ya era primavera, he decidido actuar en consecuencia, ponerme de pie de un salto y subir una montaña. Y es que no puedo concebir nuestras vidas sin Elcorteinglés.
Feliz primavera, cabrones.
Y no tengo más que decir.

                                                                En medio de la niebla.  Hace unas horas.











Letra de la canción.

No tengo casa, no tengo zapatos, no tengo dinero, no tengo clase, no tengo amigos, no tengo estudios, no tengo méritos, no tengo trabajo, no tengo cabeza.
¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué estoy vivo? Porque lo que tengo nadie me lo puede quitar...
Tengo mi pelo, tengo mi mente, tengo mi cerebro, tengo mis oídos, tengo mis ojos,  tengo mi nariz, tengo mi boca, tengo mi sonrisa.
Tengo mi lengua, tengo mi barbilla, tengo mi cuello, tengo mi culo, tengo alma, tengo corazón, tengo mi espalda, tengo mi sexo.

No tengo  padre ni madre, no tengo hijos, no tengo fe, no tengo tierras, no tengo agua, no tengo entrada, no tengo estilo, no tengo amor. 
¿Qué es lo que tengo? ¿Por qué estoy vivo? Porque lo que tengo nadie me lo puede quitar...
Tengo mi pelo, tengo mi mente, tengo mi cerebro, tengo mis oídos, tengo mis ojos,  tengo mi nariz, tengo mi boca, tengo mi sonrisa.
Tengo mi lengua, tengo mi barbilla, tengo mi cuello, tengo mi culo, tengo alma, tengo corazón, tengo mi espalda, tengo mi sexo.
Tengo brazos, tengo manos, tengo dedos, tengo piernas, tengo pies, y dedos en los pies, tengo hígado, tengo sangre. 
Tengo Vida y tengo Libertad. Tengo la VIDA.

¿Dónde estoy?

"... desde el fondo del abismo oscuro donde mi corazón ha caído."
Charles Baudelaire. "Las flores del mal".


Autobús urbano en un día de invierno. 13.47 h.

Después de quedarse dormida durante varios minutos contra el cristal que la lluvia moja al otro lado de la ventana del autobús, da un respingo súbito y abre desmesuradamente los ojos.

-¿Dónde estoy? -pregunta a nadie.

La gente ni la mira. Quizás por sus ojos inyectados en sangre y sus dedos sucios. No existe. Nos atemoriza su presencia, nos repele.

-Otra vez me he quedado dormida -piensa en voz alta.

Sí, otra vez se ha quedado dormida. Una más.

Pregunta dónde para el autobús, dónde estamos. Nadie contesta. La ignoramos todos.

-Tengo que ir a la parte vieja. Me he quedado dormida -es tan inmune al desprecio que le habla al aire, no espera respuesta. Quizá hasta piense que ya nadie oye sus palabras. Demasiados años de heroína en portales sucios. Es guapa. Y está muerta.

Vuelve a preguntar elevando la voz. ¿Dónde estoy? Quiero ir a lo viejo. Por más que grite, es invisible. Nadie se da por enterado. Ojos de loba triste.

Le digo que se baje en la siguiente parada y coja el bus al otro lado de la calle. La llevará de vuelta. Creo que no sabe ni quién le habla. 

Se baja, cruza en medio del tráfico a punto de caerse, acompañada por un ángel negro que sólo yo veo.

¿Dónde estoy? Estás muerta entre nosotros, los muertos.



Ratones en el Soho, elefantes en Oxford Street.


Dejad que los libros os manchen...
Nadie que haya visitado una librería de la cadena Borders sale indiferente de ella. Decenas de miles de títulos de cualquier tema imaginable. Decenas de empleados, secciones e hileras de libros a lo largo de varios pisos. Estas macrolibrerías han obligado a cerrar a otras muchas librerías pequeñas. Yo no puedo criticarlas, me gustan tanto las pequeñas como las gigantes. Recuerdo la sección de libros de la II Guerra Mundial de la librería Borders en Oxford Street de Londres. Pasé horas allí, consultando, leyendo, curioseando. También por las bohemias librerías de lance de Charing Cross o del Soho (aquí también visitaba los clubs de rock y otros sitios poco recomendables). Me gasté medio sueldo. Pues bien: la macrocadena ha cerrado. Y existe un culpable: el libro electrónico. Especialmente el vendido por Amazon, cuyas ventas en este formato ya superan a las ventas de los libros de bolsillo. El fenómeno es curioso. La pequeña librería ha sufrido con el establecimiento de grandes cadenas y de Internet pero es la que sobrevive. Hablo especialmente del mundo anglosajón. En España no hay librerías grandes, exceptuando quizás La Casa del Libro de Gran Vía o la del Paseo de Gracia, algo más pequeña. Pues bien, ahora el libro electrónico acaba con las grandes cadenas pero... las pequeñas librerías que sobrevivieron siguen adelante en sus barrios y callejuelas. Ratoncitos y elefantes convivían. Pero ahora desaparecen los pesos pesados. 
Lo sé, las pequeñas son muy románticas pero no siempre tienen lo que deseas. Otro día hablaremos de los bouquinistes de París, las ferias callejeras y las librerías de viejo físicas o por internet. Estas últimas una auténtica delicia en donde puedes encontrar joyas descatalogadas por cuatro duros, digo euros.