El ángulo muerto del interior del taxi. Justo detrás de los asientos adonde no llega la mirada del taxista. Quizás lo intuya, sobre todo si es veterano de la noche, pero nunca lo sabrá a ciencia cierta por más que eche fugaces miradas mal disimuladas por el retrovisor. También los hay discretos, la mayoría, que lo sospechan y prefieren no mirar. Así que me acerco con cualquier excusa y te abrazo contra la ventanilla después de dar la dirección de casa. Acaba lo bueno, empieza lo mejor. Vas a llegar mojada. El frío de la noche sigue en tu boca cuando empiezo a besarte y cierras los ojos. La avenida brilla en la noche. Los chicos se divierten en las calles, sueños y derrotas y sangre y ruido. De nuevo mi diablito preferido sobre el hombro susurrándome palabras sucias; pensé que me había abandonado cuando se terminó aquel Jack Daniels y se fue sin pagar. Apoyo mi mano entre tus piernas; te excita que estemos en un taxi. Noto el calor a través del pantalón. Dejo de besarte pero sigo acariciándote a través de la tela mientras saco un tema de conversación estúpido y te miro a los ojos. Aroma de vodka y saliva. Cojo tu mano y la apoyo despacio en la cremallera de mi pantalón. En aquella esquina había un cine cuando era crío, digo con indiferencia calculada disimulando ante el conductor. Tú no sabes qué contestar, sorprendida con la boca entreabierta y el alma expuesta. Me miras y con los ojos me pides que siga. Has entendido el juego. Caballos salvajes en las venas de la madrugada. Con mi mejor cara de póker sigo magreándote. Soy capaz de hablar del tiempo, de bajas presiones y anticiclones mientras te humedeces. Intentas disimular, no estamos solos. Cierras los ojos; ni siquiera muevo la muñeca. Es una simple caricia circular con la punta de mis dedos. Este momento no durará siempre, igual que el alba romperá de un momento a otro la noche oscura. Mechones de pelo caen por tu cara mientras se alternan las luces de los semáforos. Velocidad. Coches derrapando, gritos en las aceras. Rocío cálido en mis dedos. Llegamos. El taxista nos da las vueltas resignado. Hay hijoputas con suerte, piensa mientras sintoniza la COPE.
El ángulo muerto del interior del taxi.
El ángulo muerto del interior del taxi. Justo detrás de los asientos adonde no llega la mirada del taxista. Quizás lo intuya, sobre todo si es veterano de la noche, pero nunca lo sabrá a ciencia cierta por más que eche fugaces miradas mal disimuladas por el retrovisor. También los hay discretos, la mayoría, que lo sospechan y prefieren no mirar. Así que me acerco con cualquier excusa y te abrazo contra la ventanilla después de dar la dirección de casa. Acaba lo bueno, empieza lo mejor. Vas a llegar mojada. El frío de la noche sigue en tu boca cuando empiezo a besarte y cierras los ojos. La avenida brilla en la noche. Los chicos se divierten en las calles, sueños y derrotas y sangre y ruido. De nuevo mi diablito preferido sobre el hombro susurrándome palabras sucias; pensé que me había abandonado cuando se terminó aquel Jack Daniels y se fue sin pagar. Apoyo mi mano entre tus piernas; te excita que estemos en un taxi. Noto el calor a través del pantalón. Dejo de besarte pero sigo acariciándote a través de la tela mientras saco un tema de conversación estúpido y te miro a los ojos. Aroma de vodka y saliva. Cojo tu mano y la apoyo despacio en la cremallera de mi pantalón. En aquella esquina había un cine cuando era crío, digo con indiferencia calculada disimulando ante el conductor. Tú no sabes qué contestar, sorprendida con la boca entreabierta y el alma expuesta. Me miras y con los ojos me pides que siga. Has entendido el juego. Caballos salvajes en las venas de la madrugada. Con mi mejor cara de póker sigo magreándote. Soy capaz de hablar del tiempo, de bajas presiones y anticiclones mientras te humedeces. Intentas disimular, no estamos solos. Cierras los ojos; ni siquiera muevo la muñeca. Es una simple caricia circular con la punta de mis dedos. Este momento no durará siempre, igual que el alba romperá de un momento a otro la noche oscura. Mechones de pelo caen por tu cara mientras se alternan las luces de los semáforos. Velocidad. Coches derrapando, gritos en las aceras. Rocío cálido en mis dedos. Llegamos. El taxista nos da las vueltas resignado. Hay hijoputas con suerte, piensa mientras sintoniza la COPE.
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Me ha gustado y excitado mucho como tu particular webcam me ha proporcionado un gran angular del interior de un taxi. Me ha encantado sobre todo el pararelismo entre "la carrera" y el viaje al extasis te tu acompañante. Enhorabuena por tener una digan compañera de juegos.Jugar es divertido y hace que la vida merezca la pena pero no siempre se encuentran compañeras adecuadas.
ResponderEliminarMenos mal que el pobre y agitado taxista no escuchaba intereconomía...
ResponderEliminarBlondie, la de Praga, donde el amor NauFRaGa
http://eldivandelloko.blogspot.com/
Blondie.- Además seguro que era una emisora de fútbol.
ResponderEliminarArqui,.Hay mucha gente que se empeña y se empeña en cambiar, mejorar, reciclar, corregir, a las personas que se va encontrando en su camino por la vida... y eso es tan aburrido y patético... a ver si cambia mi novia, a ver si mejora mi novio, tú no eres de quién me enamoré.... buf....un auténtico coñazo. Así que hay un método opuesto, conocer mucha gente y quedarte con quien te gusta. No conocer a uno o dos y quedarte "con lo que hay". ¿Por qué hay tantas parejas-farsa en la cuarentena que empezaron en la veintena? Debe ser como estar prisionero los días que te quedan... este punto merece un post. La rutina, el final del amor, el descubrimiento (redescrubrimeinto) de la pasión con "otros/as", la falta de valentía, la comodidad de lo gris...
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