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Barceloneta. Enterrando el reloj en la playa.

Brindando en la Electricidad.
Carrer Sant Carles.

I
"I wish I was a fisherman, tumblin'  on the seas,
far away from dry land, and its bitter memories /
Desearía ser un pescador, meciéndome en los mares, 
lejos de tierra firme y de sus amargos recuerdos". 
The Waterboys, "Fisherman's blues".

Que dice Camilo que le van a ir dando por culo al ayuntamiento, que ya ha conocido no sé cuántos planes urbanísticos. Las Olimpiadas y trece más. Anne me envía a comprar hilo blanco y alfiler variado a la mercería del mercado. Atentos: una mercería y un mercado. Como Dios manda. Siempre me han gustado los mandaos de una mujer; marcan el ritmo de la Vida. Buscar una mercería en pleno siglo XXI es como volver a las calles en las que jugabas de niño. Droguerías con olor a aguarrás y peluquerías de hombre, hombre. Anne aprovecha...-y la pechuga, fileteada... que el otro día la trajiste entera-. Mira que te lo dije. Y mejor que no te niegues a hacerlo... Así que, a la que puedo,  me desvío la primera a la derecha con mi GPS "Tasca Edition"-infalible- y me encuentro a Camilo maldiciendo entre dientes mientras me empieza a servir el vermú casero en cuanto me ve, con aceitunas gordal a un lado, claro. En fin, que aquí uno se adocena a gusto, en estas calles, quiero decir. Es como ponerse una americana vieja ya hecha a uno. Una americana ajada y pasada de moda pero tuya, con historias que sólo los dos sabéis. He vivido cuatro años en esta ciudad cuando era otra persona, quizás fuera en otra vida.  Ahora voy para ver a Anne y espero encontrarme a mí mismo cada vez que doblo una esquina. Debí de dejar mi reloj enterrado en alguna playa...


Escribiendo en cualquier  sitio... siempre que sea una barra de bar.
Can Maño, Carrer Baluard.


En los bares de la Barceloneta no hablan inglés pero las raciones son raciones. En los bares de la Barceloneta se grita y se ven pelis de piratas a todo volumen a la una de la tarde -"Te digo yo que la santabárbara va a volar por los aires","qué bien trabaja el Tairon Pogüer en esa"-. A lo que vamos, que Camilo no se va de la Barceloneta a esos pisos pijos del ayuntamiento. Que él se morirá aquí. Y taconea el suelo de baldosa. De baldosa, sudor, esperanzas y sueños rotos hace tiempo. El Paseo de Gracia de los pescadores tristes y pobres. La Barceloneta, mucho serrín y escaso terciopelo. El arroz, negro. Espuma de cerveza y olas. Sus gatos. En estas calles las chicas con tatuajes huelen a aceite de motor. Los nietos de los estibadores cantan canciones sobre marineros que no regresaron. No es un barrio, es un pueblo en plena urbe. La ciudad borracha precipitándose al mar entre callejuelas con bragas tendidas y ropa undosa al viento color azulproletario. Luz de Mediterráno tormentaSabores de café y ron, aromas de brea para calafatear heridas viejas. Una bombeta con salsa picante en la Cova Fumada, con buen género del mercado de al lado, para empezar la tardenoche. Escuadra y cartabón sobre un mapa de naufragios. El salitre entre los muslos de Anne. Quieres salir de estas calles que en seguida se te entregan y te chocas con el mar eterno. Detrás de ti, el desvelo diario; delante, el infinito. La inmanencia y la trascendencia y tres cañas y dos vermús y muchos besos. Hay nubes rosas en el horizonte, la lluvia ha limpiado una tarde más las penas. 

Ya veo la mercería. 


Besos dulces y vermú.
Bar Jaika, Carrer Ginebra.

Los biempensantes.






Los biempensantes: ellos, Barbour; ellas, pañuelito de seda al cuello. Políticamente torreznos. Los biempensantes no creen ya mucho en Dios pero siguen yendo a misa. Por tradición más que nada, no se hacen muchas preguntas. Se casan por la iglesia y de blanco virginal también. Blanca y radiante va la novia, la misma que se la chupaba al delegado de segundo en los baños de la Facultad. Tienen novias de las de toda la vida. Las buenas costumbres, ya se sabe. Dicen que les gusta la lectura pero no han leído mucho, la verdad. Algunos son gañanes con corbata, ignorantes con carrera de Derecho o así. Sus padres todavía  cagaban en los sembraos. Pero he mentido: les gusta mucho leer bestsellers y presumir de que se han leído ya el segundo de la trilogía tal. Van y te la recomiendan, claro. Ellas leen novelillas de mierda y libros de mejora personal. También les gusta el deporte, juegan a pádel. Y, si han puesto suficientemente el culo, llegan a la siguiente pantalla: el golf. Los biempensantes poseen la Verdad, están en la orilla buena del mundo. También tienen teles grandes. Por supuesto, han trabajado muy, muy, muy duro y creen que se merecen más aún. La tarjeta del Corte Inglés, por ejemplo. Las marcas más exclusivas. Son entre listillos y oportunistas. Inteligencia de patitas cortas, olfatillo de  perro faldero para quedar bien con el que manda, el pícaro español de toda la vida pero con iPad. Casi todos mentirosillos y ventajistas, así como de provincias. Tienen móviles guays que manejan con destreza; las fundas también son guays. Los biempensantes suelen echar papada a partir de los cuarenta y les crece la barriguita. Una barriguilla autocomplaciente y chistosa. Les hace gracia pero a las chicas a las que miran les repugna. Son babosillos en cuanto toman dos copas. Ellos, sobones y ellas, reprimidas, a veces sienten un picorcillo pecaminoso ahí abajo; en el chocho, digo. Casi siempre están tensos, ese tipo de ansiedad que mataría un buen polvo salvaje... e ilusorio, claro. Por eso se van poniendo más y más mustios con cada visita del Papa. Algunos llevan polos Lacoste y mocasines. A ellas se les agallina el cuerpo con el tercer crío y van a clases de pilates y tal. Los trapitos caros no tapan el cementerio que hay debajo. Son abogados o concejales o consultores de Accenture -mi marido viaja mucho en avión-  y son del Real Madrid, claro. Como debe ser. Ellas van a peluquerías caras en 4x4 recién comprados. Un coche de más de dos años se considera una vulgaridad. Ya hemos dicho que follan poco y mal -como sus lecturas- cuando se casan entre ellos pero tienen casas grandes. Escasean los orgasmos pero tienen dos plazas de garaje. Cuando se reproducen tienen pequeñas crías con uniforme de cole a cuadritos. Pero ellos sueñan con las camareras jóvenes, hacen chistes soeces y se ríen entre ellos. Ellas sueñan con tipos con barbita, así como de cuatro días y bohemios. Después se hacen pajillas a escondidas, antes de que lleguen los niños de esas clases caras de no sé qué... En invierno esquían y en verano tienen apartamento en la playa, una monada. Así están siempre morenos, claro. Ni te imaginas lo que nos costó el suelo de Zarauz. A los biempensantes no les interesa la política por eso votan a la derecha, de toda la vida. Creen que el dinero mueve el mundo, te lo confiesan con aire de autosuficiencia. Ellos saben mucho... Saben mucho y de todo. Son cultos porque han estado en el Partenón.  También les gusta el poder, bueno, el podercito. Por eso le  llaman tener posición a tener un coche de marca y salir antes que tú del semáforo o a ser vecinos de algún famosillo de medio pelo o a tener un Vuitton o a estar suscritos al Diario de Navarra o así, el ABC era cosa de papá. A mí me gusta mirarles en los semáforos y sacarles la lengua. Ellos se hacen los duros -un drogadicto vago y comunista me ha provocado esta tarde, cariño- , ellas me ignoran con dignidad dieciochesca pero sé que se ponen nerviosas y algunas, cachondas. Esos ridículos pañuelos de seda al cuello, ya digo... En fin, me los quiero imaginar manchados de semen de algún amante -un amour fou a estas edades-  pero es que yo soy un guarro y un malpensao. Ya sabéis.

A mí me parecen divertidos los biempensantes, la verdad.