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Los biempensantes.






Los biempensantes: ellos, Barbour; ellas, pañuelito de seda al cuello. Políticamente torreznos. Los biempensantes no creen ya mucho en Dios pero siguen yendo a misa. Por tradición más que nada, no se hacen muchas preguntas. Se casan por la iglesia y de blanco virginal también. Blanca y radiante va la novia, la misma que se la chupaba al delegado de segundo en los baños de la Facultad. Tienen novias de las de toda la vida. Las buenas costumbres, ya se sabe. Dicen que les gusta la lectura pero no han leído mucho, la verdad. Algunos son gañanes con corbata, ignorantes con carrera de Derecho o así. Sus padres todavía  cagaban en los sembraos. Pero he mentido: les gusta mucho leer bestsellers y presumir de que se han leído ya el segundo de la trilogía tal. Van y te la recomiendan, claro. Ellas leen novelillas de mierda y libros de mejora personal. También les gusta el deporte, juegan a pádel. Y, si han puesto suficientemente el culo, llegan a la siguiente pantalla: el golf. Los biempensantes poseen la Verdad, están en la orilla buena del mundo. También tienen teles grandes. Por supuesto, han trabajado muy, muy, muy duro y creen que se merecen más aún. La tarjeta del Corte Inglés, por ejemplo. Las marcas más exclusivas. Son entre listillos y oportunistas. Inteligencia de patitas cortas, olfatillo de  perro faldero para quedar bien con el que manda, el pícaro español de toda la vida pero con iPad. Casi todos mentirosillos y ventajistas, así como de provincias. Tienen móviles guays que manejan con destreza; las fundas también son guays. Los biempensantes suelen echar papada a partir de los cuarenta y les crece la barriguita. Una barriguilla autocomplaciente y chistosa. Les hace gracia pero a las chicas a las que miran les repugna. Son babosillos en cuanto toman dos copas. Ellos, sobones y ellas, reprimidas, a veces sienten un picorcillo pecaminoso ahí abajo; en el chocho, digo. Casi siempre están tensos, ese tipo de ansiedad que mataría un buen polvo salvaje... e ilusorio, claro. Por eso se van poniendo más y más mustios con cada visita del Papa. Algunos llevan polos Lacoste y mocasines. A ellas se les agallina el cuerpo con el tercer crío y van a clases de pilates y tal. Los trapitos caros no tapan el cementerio que hay debajo. Son abogados o concejales o consultores de Accenture -mi marido viaja mucho en avión-  y son del Real Madrid, claro. Como debe ser. Ellas van a peluquerías caras en 4x4 recién comprados. Un coche de más de dos años se considera una vulgaridad. Ya hemos dicho que follan poco y mal -como sus lecturas- cuando se casan entre ellos pero tienen casas grandes. Escasean los orgasmos pero tienen dos plazas de garaje. Cuando se reproducen tienen pequeñas crías con uniforme de cole a cuadritos. Pero ellos sueñan con las camareras jóvenes, hacen chistes soeces y se ríen entre ellos. Ellas sueñan con tipos con barbita, así como de cuatro días y bohemios. Después se hacen pajillas a escondidas, antes de que lleguen los niños de esas clases caras de no sé qué... En invierno esquían y en verano tienen apartamento en la playa, una monada. Así están siempre morenos, claro. Ni te imaginas lo que nos costó el suelo de Zarauz. A los biempensantes no les interesa la política por eso votan a la derecha, de toda la vida. Creen que el dinero mueve el mundo, te lo confiesan con aire de autosuficiencia. Ellos saben mucho... Saben mucho y de todo. Son cultos porque han estado en el Partenón.  También les gusta el poder, bueno, el podercito. Por eso le  llaman tener posición a tener un coche de marca y salir antes que tú del semáforo o a ser vecinos de algún famosillo de medio pelo o a tener un Vuitton o a estar suscritos al Diario de Navarra o así, el ABC era cosa de papá. A mí me gusta mirarles en los semáforos y sacarles la lengua. Ellos se hacen los duros -un drogadicto vago y comunista me ha provocado esta tarde, cariño- , ellas me ignoran con dignidad dieciochesca pero sé que se ponen nerviosas y algunas, cachondas. Esos ridículos pañuelos de seda al cuello, ya digo... En fin, me los quiero imaginar manchados de semen de algún amante -un amour fou a estas edades-  pero es que yo soy un guarro y un malpensao. Ya sabéis.

A mí me parecen divertidos los biempensantes, la verdad.




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