Cualquiera de nosotros podría darse por satisfecho si a lo largo de su existencia es capaz de salvar la vida a otra persona. Aunque quién sabe si cualquiera de las palabaras o pequeños gestos de apoyo que podemos realizar a lo largo de nuestra vida puede alejar a alguien de la desesperación, la amargura o, incluso, del suicido. Hay un tipo en Australia, Don Ritchie, de 82 años, que ha salvado la vida a más de 160 personas. Vive en la última casa al borde de un acantilado en Sydney, acantilado tristemente famoso por ser uno de los puntos preferidos por los suicidas de la ciudad; algo así como el viaducto de la calle Segovia de Madrid para quienes conozcáis la capital. Así que cada mañana de los últimos 50 años, el hombre sale a pasear por los alrededores. Cuando ve a alguien solo, taciturno, parado al borde del precipicio, se le acerca. Inicia con él una conversación de lo más simple: de dónde eres, cómo te llamas, le cuenta un poco su propia vida, ... y como quien no quiere la cosa, le invita a desayunar a su casa, al otro lado de la calle, o a una cervecita fresca si hace calor. Puede tratarse de un chico joven o de una mujer entrada en la madurez de su vida. Da igual. Se les acerca, les sonríe y obra un poderoso milagro: una conversación y un café. Es cierto que a veces no tiene éxito y se queda con la ropa de esa persona entre las manos o tiene que asistir impotente a un salto al vacío. Sabe que en esos casos no puede hacer nada. Lo asume. También la ciudad de Sydney ha gastado una fortuna en vallas, cámaras de vigilancia, teléfonos de emergencia. Sin embargo, Don es escéptico, sabe que la gente seguirá acudiendo a ese acantilado. Quienes son salvados, dice Don, lo son porque simplemente se les ofrece otra oportunidad, una alternativa simple, sencilla, poder dialogar con otro ser humano. Me pregunto sobre el inmenso poder que tiene la palabra, el atrevernos a acercarnos a alguien, aún desconocido, para entablar una simple conversación. Si esto salva a personas en el extremo de la desesperación ¿cómo no va a ayudar a cualquiera de nosotros en sus sinsabores diarios? Así que Don en ocasiones abre su buzón y se encuentra postales, fotografías o anónimos de personas que simplemente le agradecen una taza de té o un rato de charla que un día tuvo con ellos. El sabe de qué se trata. Personas que han tenido una segunda oportunidad aún en mitad de su desolación gracias a un tipo que se les acercó un buen día sonriendo, hablando del tiempo y con un poco de amabilidad.
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Aquí, mi ángel de la guarda me prepara unos chuletones hace unos días.
A ver, un poco de humor, no nos pongamos tan trascendentales...
¿A que creéis que tengo una cerveza en la mano? Exacto.
Mágnifico post, la historia y la narración, y el inmenso poder de la palabra, por eso deberíamos ser mas cuidadosos con ellas, con las palabras, ser generosos para emitirlas cuando se necesitan y son positivas y parcos para las de carga negativa. Que bien te han sentado los San Fermines, chico cuando pares un poco de salir, de correr, de beber, de hojear prensa donde encuentras noticias estupendas, quizá hagas un post más largo con tapa dura, yo lo compraría encantado. No solo la historia y el personaje son estupendos también la narración. Buen provecho.
ResponderEliminarHeyyyyyyy, esos chuletones!!! Cuando compartes?
ResponderEliminarCojonuda la Voll Damm, aunque a un hombrico como yo la segunda ya le empieza a noquear.
Salud.
Miguel.- Hombre, yo también me noqueo con la segunda... caja. Chuletones cuatro dedos de gordos, impresionantes.
ResponderEliminarArqui.- Como siempre el mérito está en la realidad, en saber verla... no en narrarla. Gracias, como siempre. No somos conscientes del poder de la palabra, ni hablada ni escrita... pero puede llegar a cambiar la propia realidad.
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