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Caballos salvajes.




Veo con mis propios ojos y en vivo lo que el hombre del Paleolítico pintaba asombrado en cuevas no muy lejanas. Caballos de raza pottoka. Hace 40.000 años ya poblaban los montes de alrededor. Antes de que llegaran los ordenadores, las autopistas y los móviles. Libres y orgullosos. Pintados en paredes oscuras y húmedas, quizás admirados por su independencia y vigor. Al principio los cazábamos por su carne pero después aprendimos  a utilizarlos en labores agrícolas  y, más tarde, como tiradores de vagonetas de mineral. 




Siempre mantuvieron su fortaleza y carácter. Ahora, el desarrollo de los medios técnicos los ha colocado cerca de la extinción, viviendo en semilibertad en cumbres elevadas. Nos olvidamos de ellos como de una raza vieja, prescindible e inútil. Los consideramos menos valiosos que la TV de plasma o el motor de explosión. Quizás el hombre del Paleolítico tuviera una sensibilidad natural, especial, extraña por todo cuanto le rodeaba. Ellos intuían el Misterio mejor que nosotros. Primum vivere deinde philosophari. A lo mejor esa sensibilidad la mantienen los niños durante sus primeros años. Una sensibilidad tan sencilla como sagrada que nosotros hemos perdido en algún punto del camino entre las prisas y el Valium. Ahora compramos libros de autoayuda.


Pero estoy convencido de que los pottoka sobrevivirán al hombre: son ellos los que no nos necesitan... Caballos salvajes. 


                                                                                 Pottokas en la  cueva de Ekain, Basque Country.-



Pottokas en el collado de la derecha.



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